“Peregrinar es rezar con los pies”

Hoy Pablo, de 20 años, nos habla de su experiencia como joven cristiano en Guadalupe. Pablo, que también lleva varios «Guadalupes» encima, nos dedica sus mejores palabras como medio de estímulo y aliento de cara a esta XXIV Peregrinación a Guadalupe.

Para mí, Guadalupe es un oasis en medio del curso, en medio de la rutina y una vida acelerada. Es un fin de semana de andar, de peregrinar, de cansancio, pero también de compartir y de vivir la fe con gente que, aunque no conoces cuando subes al autobús el viernes por la mañana, te despides de cada uno el domingo como si hubieses compartido toda una vida con ellos. Y es que la peregrinación a Guadalupe es eso: un reflejo de la vida concentrado en tres días. Hay momentos de diversión, de oración, de locura, de discernimiento, de silencio y de pasarlo bien, pero también hay cuestas, largos ratos al sol, tirones, cansancio, momentos que te dejan sin aliento. Igual que en la vida, hay días de lluvia y días de sol.

Por suerte, cuando caminas hacia Guadalupe siempre vas acompañado, además de tus amigos, te acompaña Jesús. Puedes verlo y sentirlo a tu lado cuando vas rezando el Rosario, en la media hora de silencio, cuando te confiesas por el camino, cuando alguien que no conoces se comporta de manera agradable contigo, o te tiende una mano amiga si estás mal (o un hombro en el que llorar si lo necesitas). Y es que andar hasta Guadalupe tiene ese efecto, hace que, una vez que llegas a los pies de la Virgen, dejas allí todas tus preocupaciones, todos tus agobios, todo lo malo, y te llevas un regalo increíble: el gozo de saberte hijo de María.

Porque aunque llevamos escasos meses de curso, cuando llega octubre, siempre tendremos agobios, preocupaciones, cruces que nos pesan en nuestro caminar por la vida, y a veces necesitamos un lugar donde descansar y dejar la cruz. En Guadalupe te ofrecen varios de estos lugares y momentos. Media hora en silencio, en paz, observando el paisaje y meditando aquello que te preocupa. Una Eucaristía en la Catedral más grande que Dios nos ha querido regalar, la naturaleza. Allí ves que no estás solo, que hay centenares de jóvenes con inquietudes como las tuyas, que Dios te tiende una mano de reconciliación y de perdón. Y por último, los pies de la Virgen. Una vez llegas a la Basílica cansado, sucio, con lágrimas en los ojos… y ves en el retablo a esa Virgen negrita, que allí espera a que subas, la beses y le entregues todo lo que te angustia, limpiando tu alma y llenándote de alegría.

Si estás leyendo esto y no te has decidido a ir a Guadalupe, te invito personalmente a que vayas. Es un finde para disfrutar y para contarlo. Aquí queremos que todo el mundo vaya y conozca a María, a su hijo Jesús y sobre todo, que vea que peregrinar no es solo andar, llegar a un sitio y volver a casa; en Guadalupe experimentas que peregrinar es rezar con los pies.

Pablo Martínez Carranza, Parroquia de Santa Teresa de Ávila (Córdoba)

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