Comenzamos en el seminario el periodo de exámenes. ¿Qué buscamos haciendo exámenes? ¿Acaso es solo un cúmulo de conocimientos previo y separado a la ordenación sacerdotal, solo para cubrir unas notas en el expediente? Podemos decir que el estudio es: esfuerzo por comprender. ¿Y qué queremos comprender?
Reconocemos que el hombre está lleno de preguntas, y por ello estudiamos: para, poniendo en juego nuestra inteligencia hasta donde ésta es capaz, tratar de comprender cuál es el misterio del hombre, el sentido de su vida, de dónde viene y a qué está llamado… Tenemos preguntas y queremos resolverlas; queremos entrar en diálogo con un mundo que se hace las mismas preguntas que nosotros. Las ideologías no sacian la sed de verdad que anida en el corazón del hombre. Esto, podríamos decir, es la primera parte de nuestro estudio: el estudio filosófico.
En la segunda etapa nos centramos más en a respuesta que Dios nos da a través de su Palabra. Dios, en su inmensa misericordia, reconoce el esfuerzo del hombre y se apiada de la limitación que tiene, por el pecado, en su búsqueda de la verdad. Esta Palabra de Vida ilumina y guía hacia la verdad plena, rebosando las expectativas de nuestro pobre corazón. Porque en última instancia: “El misterio del hombre solo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado” (GS 22). Éste es el estudio teológico.
Dios es un “padre bueno” que, viendo las muchas preguntas que le hacen sus hijos, que se esfuerzan por comprenderlas, le da Él mismo la explicación. Solo les pide una cosa: que la acojan con humildad y no se hagan poseedores de ella despóticamente. Quiere que se lo expliquen a los que no lo han entendido y pregunten lo que no entiendan. Sean portadores alegres de la luz gratuita que han recibido para servir a los demás…