«Lo conocí crucificado, y eso nunca se olvida»

Hace una semana, ochos seminaristas fueron ordenados diáconos en la Solemnidad de la Inmaculada. Fue un momento de Gracia para toda la Comunidad del Seminario San Pelagio y del Seminario Redemptoris Mater, y para toda la Iglesia Universal. Hoy José Antonio Valls nos cuenta cómo vivió aquel día y cómo está viviendo su ministerio diaconal:

Mirando hacia atrás, ¿Qué ha supuesto para ti el proceso formativo del seminario?

Para mi ha sido crecer como persona acompañado por expertos en humanidad. Ser amigo de Jesucristo, el hombre con mayúsculas, es garantía de una humanidad verdadera, y eso es lo mejor que me han podido dar mis formadores. En el seminario he crecido como persona en todos los aspectos, porque aquí he pasado la mayor parte de mi vida. Desde el Seminario Menor, con D. Ángel Roldán y D. Fernando Lavirgen, a quienes debo muchísimo, y D. Juan José Romero, D. Jesús Aranda y D. Manuel Rodríguez, al Seminario Mayor, con D. Antonio Prieto, D. Pedro Cabello, D. Jesús Moriana, D. Florencio Muñoz y D. Gaspar, D. Borja Redondo y D. Carlos Gallardo. Todos y cada uno de ellos han dejado un sello imborrable en mi formación como persona. ¡Y lo siguen dejando!

¿Qué propicio que te plantearas la vocación al sacerdocio?

Yo quería ser cura desde chiquito, pero cuando lo pensé «en serio» fue en el Seminario Menor. Creo que pensé en seguir radicalmente al Señor cuando empecé a conocerlo bien, porque antes iba a misa por costumbre. En el Seminario Menor aprendí quién era Él. Allí lo conocí crucificado, y eso nunca se olvida.

¿Qué supuso la Ordenación para ti? ¿Cómo viviste la jornada?

El día de mi ordenación fue el día más feliz de mi vida hasta la fecha. Nunca en mi vida pensé que iba a ser tan amado. La celebración fue muy emocionante, ¿Qué más puedo decir? El Amor de Dios me ha sorprendido. Cuando uno se cree que conoce a Dios, de repente llega, te ama mucho más de lo que esperabas y te parte la cabeza en dos.

¿Qué papel ha jugado la Virgen en tu discernimiento vocacional?

La Virgen es una preciosidad. Me ha acompañado siempre con mucho cariño y con mucha ternura. Además siempre me ha llevado de la mano para abrazar cada día más la vida de Jesús, su cruz y su resurrección. Sin ella no merece la pena, no ya el diaconado o el sacerdocio, sino la vida misma.

¿Cómo vives este comienzo de tu Ministerio?

¡Con mucha ilusión! Esto es todo muy nuevo y muy bonito para mi. ¡No me esperaba que ser diácono fuera tan bonito! ¡Y con muchas ganas de más!

¿Qué le dirías a un joven que se plantea la vocación sacerdotal?

Que mire muy bien a Jesucristo y que vea si le va apeteciendo cada vez más compartir sus llagas, su cruz, sus penas y sus alegrías, por amor a Dios y los hombres. Si cuando miras a Cristo ves que cada vez más te entran ganas de vivir su vida, pon tus deseos delante de la Iglesia. Esto es la vocación sacerdotal: compartir la existencia con Cristo sacerdote.

 

 

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