Hoy, domingo 18 de diciembre, la gran familia del Seminario: el Obispo, formadores, trabajadores del seminario, seminaristas y sus familias, nos reunimos para compartir la alegría de la Navidad que está al llegar.
El hombre fue creado como un ser en relación. No para estar solo, sino como un ser social y trascendente, capaz de Amar. Es aquí donde la familia juega un papel fundamental en la vida de un seminarista. Es el lugar teológico donde se aprende amar a Dios y a los demás como hizo Jesús. Por ello, para nosotros es una alegría inmensa recibir a nuestras familias en casa. Cuando un joven entra en el seminario, esa familia se amplía. No somos la familia de tal o cual, sino que somos la Familia del Seminario. No nos une quizá la sangre, pero existe una certeza, más allá del sentimiento, de que hay algo que nos une.
Ese algo es aquello que vamos a celebrar en estos días de Navidad, que Dios se ha hecho carne, uno de nosotros. Y que ese mismo Dios nos ha dado la vida desde el pesebre hasta su Cruz y su Resurrección. No hay misterio de amor mayor que el de Jesucristo, que nos ha unido con un vínculo más fuerte que el de la sangre, el de ser hijos de Dios. Y no hay otro motivo que explique nuestra alegría en cada acontecimiento del día de hoy: la celebración de la Eucaristía, concierto de Navidad, la oración, cantos de villancicos, convivencia… Todo cobra su sentido en Jesús y con Jesús.
Damos gracias a Dios por tanta Gracia y misericordia derramada en el día de hoy. En un mundo en el que parece que el amor se apaga, la esperanza brilla cuando el Señor quiere seguir perpetuando su misericordia llamando a nuevos sacerdotes y las familias se reúnen para compartir la alegría de ser premiados con una vocación. Ojalá este acontecimiento nos ayude a vivir la Navidad como un verdadero encuentro con Cristo que viene en la humildad de un niño a nacer en la pobreza de nuestro corazón.
