Ad multos annos

Entrevista a D. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

Está celebrando su XIV aniversario de ordenación episcopal (9 enero 2005). Hace ya bastantes años usted también fue seminarista. ¿Cómo recuerda su etapa de seminario?

De mi Seminario distingo varios periodos. El primero (1961-1966), Seminario Menor, fue una de las etapas más felices de mi vida. Viví la infancia adulta, la adolescencia y la primera juventud con mucho gozo entre mis compañeros de Seminario, con los cuales mantengo todavía hoy una preciosa amistad. El segundo periodo (1966-1969) fue turbulento, la etapa de filosofía. Cundía el desconcierto en las filas del clero y afectó seriamente a los Seminarios y seminaristas, que pasamos en pocos años de seis mil a poco más de mil en toda España. El Curso de Espiritualidad (1969-1970), bajo la tutela del venerable José Rivera, fue un remanso de paz, y la teología (1970-1974) ya en Palencia, fue un camino de entusiasmo creciente hacia la ordenación, fue de nuevo una etapa de gozo entre mis compañeros palentinos.

Sabemos también que durante su ministerio sacerdotal uno de las tareas que le fueron encomendadas fue la formación de los futuros sacerdotes como rector del Seminario de Santa Leocadia de Toledo. ¿Cómo fue su experiencia como rector?

Creo que fue la vivencia de un verdadero Cenáculo. Hoy son 60 sacerdotes aquellos con los que compartí convivencia en el Seminario Santa Leocadia, algunos hoy obispos. La vida reglada de comunidad, la celebración bien preparada de las fiestas litúrgicas, el testimonio de aquellos jóvenes que querían darlo todo por Cristo. Fue una etapa entusiasmante para mí y para ellos. Detrás de todo ello teníamos al gran Cardenal D. Marcelo, que sostenía nuestro trabajo cotidiano.

Si yo le digo la palabra: “seminario”, ¿qué le viene a la cabeza? ¿Cómo cree que debe de ser el seminario?

Lo primero que se me ocurre es “etapa de noviazgo”. Es el momento del enamoramiento de Cristo y de su misión redentora en la Iglesia y de poner bases sólidas a ese amor. Hay un atractivo inicial, que le lleva uno al Seminario, pero luego viene profundizar en ese amor para toda la vida, pulir las aristas, purificar la intención, aprender a amar de verdad en el olvido de uno mismo. El Seminario debe plantearse en línea de máximos, nunca de mínimos. Luego cada uno llega hasta donde puede. “Te llevaré al desierto y te hablaré al corazón” (Oseas 2,14), el Seminario no es para vivir disipado, sino para prestar atención a lo interior, donde se fragua un corazón como el de Cristo.

Hace ya 9 años que llego usted a la Diócesis de Córdoba. En ella pudo encontrar un seminario bien cuidado, por el trabajo durante décadas de D. Gaspar y teniendo a la cabeza a D. Antonio Prieto; ¿Cómo valoraría el trabajo de ambos durante estos años que lleva en Córdoba?

D. Gaspar es la perla preciosa del Seminario de Córdoba, escondida y la más valiosa. Varias remesas de curas le deben a él lo más importante de sus vidas. Un sacerdote santo genera santidad en su entorno. D. Antonio ha sido un excelente gestor, un padre, el hermano mayor, todo un ejemplo de caridad pastoral, que ha sabido impulsar un buen equipo bien trabado y unido. Herederos del trabajo de los anteriores constituyen un estupendo testimonio de trabajo en equipo.

¿Cómo ve en la actualidad el seminario?

El Seminario de Córdoba está sano, gracias a Dios y a la sana vigilancia de sus formadores. Veo a los seminaristas entusiasmados, chicos con grandes cualidades, son una gran esperanza para la diócesis y para la Iglesia. Por eso, los animo a prepararse bien en todos los sentidos: sanos de cuerpo y alma, maduros afectivamente y centrados en Jesucristo y sus ansias redentoras, con profunda devoción a María Santísima, estudiosos no sólo para el examen sino para saber y ayudar a los demás, fraguando una sana amistad entre ellos que se reflejará en la fraternidad futura del presbiterio.

Usted nos repite mucho que el seminario es la pupila de los ojos del obispo. Es frecuente encontrarle por el seminario hablando con los formadores, verle por los pasillos, en la capilla o en el comedor, además de impartir la lectio divina a los primeros cursos los domingos. ¿Qué le aporta a su ministerio esta cercanía con el seminario?

Mirando a los seminaristas en su conjunto es como si uno subiera a un monte alto y mirara el horizonte, ve a lo lejos una vidas entregadas y generando frutos de santidad en el pueblo santo de Dios. Son tan bonitos los planes de Dios, es tan bonito ser cura y gastar la vida por el Evangelio, que me emociona pensar qué será de cada una de estas vidas entregadas del todo, e incluso hasta el martirio, si fuera preciso. Todo eso –y mucho más- me llena de gran esperanza al mirar a nuestro Seminario. Y todo se me hace poco al darles mi pobre colaboración para que Dios realice su obra en todos ellos.

El día 8 de diciembre se hizo público el nombramiento de D. Jesús M. Moriana como rector del Seminario. La Iglesia que es madre nunca nos deja huérfanos. ¿Qué nos diría a los seminaristas sobre sus expectativas en esta nueva etapa que comenzamos?

Os lo dije y lo repito. El que os ha llamado es Dios, el que ha entrado en vuestras vidas es Jesucristo, que os ha enamorado y os ha robado el corazón. Seguidle a él. Los demás estamos para ayudaros, y confío plenamente en la buena gestión de D. Jesús M. Moriana, que ha dado pruebas de madurez y buen hacer en distintos campos. Confío en que siga impulsando el trabajo del equipo sacerdotal de formadores y haga de todos vosotros verdaderos ministros de Cristo para el servicio de su Iglesia.

Por último, ¿Qué nos pide a los que D.m. seremos los sacerdotes del mañana?

Que os entreguéis del todo ya. No esperéis a mañana. La entrega de hoy os capacita para la entrega de mañana más y más. Ser cura no es encontrar un puesto de trabajo, no es una profesión como otras; ser cura es haber descubierto un amor más grande y haber empeñado todo en esa dirección. ¡Es precioso ser cura!, os lo digo plenamente convencido. Apurad los tiempos de estudio, dedicad tiempo y tiempo a la oración incluso en los tiempos libres, ejercitaros en la austeridad de vida, que brota de un corazón generoso, aprended a convivir con todos no sólo con los más amigos, de manera que se os ensanche el corazón, donde puedan caber todos el día de mañana. Nunca os conforméis con lo mínimo, aspirad siempre a lo máximo.

Gracias por su dedicación y por sus palabras. ¡Le encomendamos especialmente en este día de gozo y alegría!

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