«Full inmersion» monástica

En tierras palencianas, a escasos kilómetros de la ciudad, en una gran llanura, rodeado de sembrados de trigo y alfalfa se encuentra el Monasterio de San Isidro de Dueñas, un «edificio en llamas», en llamas de amor a Dios, pues en él vive y se entrega una comunidad de unos veinte monjes Cistercienses de la Estrecha Observancia, conocidos como Trapenses. Famoso es este monasterio porque aquí entregó su vida a Dios, uniéndose íntimamente con Cristo crucificado, San Rafael Arnaiz, un joven monje que ascendió al cielo con 27 años a principios del siglo XX.

En esta santa casa hemos pasado el curso de espiritualidad diez días, teniendo el gran privilegio de vivir como unos novicios, lo que hoy se diría en el lenguaje moderno una «full inmersion» en la vida monástica. Hemos sido acogidos por estos Hermanos como parte de su familia, con todo lo que ello conlleva de implicación en cada una de las actividades del día a día.

Ellos viven la espiritualidad benedictina que se resume en «ora et labora» (rezar y trabajar). Su vida, en continuo y puro ofrecimiento a Dios, discurre durante el día entre estos dos oficios. Asisten al coro siete veces al día, para el rezo del Oficio Divino y la oración personal, y dedican tiempos prolongados de la mañana y la tarde al trabajo manual. Y uno podrá pensar ¿y eso, para qué? Pues eso es por ti, querido lector, si por ti y la salvación de tu alma; realizan así un misterioso servicio a la Iglesia en el ofrecimiento de su vida a Dios por la conversión del mundo.

¿Qué hemos aprendido estos días? En primer lugar, cuando estás en este lugar de silencio, oración y trabajo, desprendimiento de todos los bienes materiales y enajenación de todos los placeres y gustos que el mundo ofrece, te haces consciente, como repetía San Rafael Arnaiz, que «sólo Dios basta». Si, sólo Dios basta, pues todo lo que deseamos y anhelamos, si estamos en gracia de Dios, ha hecho morada en nuestra alma; es decir, toda la belleza, la bondad, el amor más grande habita en ti y en mi pues «si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a el y haremos morada en el» (Jn 14,23). Sólo desde esta perspectiva se entiende la vida de un monje que a los ojos del mundo vive entre cuatro paredes, aunque verdaderamente vive inmerso en la mayor libertad que es el mismo Dios.

«Salve Regina…» era la canción que con emoción cada noche los monjes cantan a la Señora del Monasterio, a su Madre, a la Virgen María y que nosotros escuchábamos con intensa emoción. La casa esta plagada de imágenes de Nuestra Señora y es que verdaderamente es la casa de Maria. Para un monje es fundamental esta relación afectiva con su Señora. Que consuelo se encuentra en los brazos de quien sabes te conduce a Jesús y que hermoso es pensar que nuestro pobre trabajo ha sido realizado en la casa de Ella, de Nuestra Madre.

Y por último se puede destacar la inmensa caridad que reina en esta vida de silencio. Son pequeños detalles, cosas aveces mínimas pero que nos hacen caer en la cuenta de que la Caridad con mayúsculas a la que estamos llamados cada uno por nuestro bautismo se vive en el día a día en lo más pequeño, por Amor a Jesús.

Ojalá que después de esta experiencia de Dios nos hagamos conscientes que sólo Dios basta y que no habrá mayor consuelo y delicia en nuestra vida que hacer feliz a Jesús haciendo en todo aquello que más le agrade, su Santísima Voluntad.

Curso de Espiritualidad. Pablo, Manuel, Guillermo, Pedro y D. Borja

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