Exposición del Curso de Espiritualidad

En la tarde del 22 de diciembre, los alumnos del Curso de Espiritualidad presentaron la primera parte de su profundización sobre el Santo que les acompaña a lo largo del Curso. En este primer trimestre, se han centrado en el contexto social e histórico-cultural de la época en la que vivió cada Santo.

En primer lugar, Francisco Solano Aguilar nos hablaba del contexto de San Francisco de Asís. Fue muy interesante conocer el mundo en el que nace San Francisco y como encarna el ideal de la Reforma de Gregorio VII, haciendo una llamada profunda a volver a la raíz evangélica en el seno de la Iglesia: Ser pobre con Cristo pobre ; obediente con Cristo obediente; y célibe con Cristo célibe. En segundo lugar, ya entramos en pleno siglo. XX, con San Óscar Romero, cuyo contexto fue presentado por Javier Montes. Fue curioso observar las dificultades a las que tuvo que enfrentarse el prelado en El Salvador: concepción social del pecado, teología de la liberación… Fue precioso ver como los Santos, fieles a Cristo y a su Iglesia, se mantienen en la perseverancia hasta dar la vida como hizo San Óscar. Y finalmente, nos encontramos con la más reciente figura de San Juan Pablo II, un Papá cercano del que todos tenemos recuerdo, presentada por Álvaro Fernández-Martos. El sitz in lebem de San Juan Pablo II fue muy convulso: II Guerra Mundial, invasión de Polonia por los Nazis y la URSS, Concilio Vaticano II, Revolución Sexual, Teología de la Liberación,… Fue emocionante ver como el Joven Karol Wojtyla (futuro Juan Pablo II) fue un referente humano, social y espiritual para la Iglesia que a tantas dificultades se enfrentaba.

En definitiva, con la exposición de los hermanos caemos en la cuenta de la bondad de Dios. Un Dios que suscita Santos en cada momento de la historia que permiten ver la luz del Señor entre las tinieblas del mundo y la senda por donde caminar. Testimonios vivos del cuidado providente de Dios a su Iglesia. Como decía Benedicto XVI: «Necesitamos una y otra vez esas pequeñas lámparas, […] los Santos constituyen, en cierto modo, los nuevos signos […] en los cuales se refleja la bondad de Dios. Su luz, que procede de Dios, nos ayuda a reconocer mejor la riqueza interior de la gran Luz de Dios, que por nosotros mismos no podríamos percibir en el esplendor de su purísima Gloria».

 

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