Entrevista a D. Fernando Fdez. de Bobadilla

Durante esta semana el Curso de Espiritualidad, como cada año, ha tenido un curso sobre la teología de la vocación, impartido por el sacerdote diocesano de Toledo D. Fernando Fdez. de Bobadilla. Como colofón en la tarde de hoy jueves hemos ido a Montilla a visitar al Maestro de santos, San Juan de Ávila, allí hemos celebrado la Eucaristía y rezado las vísperas.

Hemos aprovechado estos días para hacerle una entrevista a D. Fernando, al cual desde este medio le agradecemos la dedicación y el cariño que le tiene a nuestro seminario.

¡Esperamos que os guste!


1.- ¿Cómo surge su vocación sacerdotal?

Bueno, tendría que decir que mi vocación es de las llamadas “tardías”, porque tardé en responder. Ya tenía 23 años cuando entré en el Seminario en 1980, después de estudiar la carrera de Derecho en Madrid, y de haber tenido novia durante varios años. Parecía que el futuro estaba ya bastante definido. El ambiente de mi casa era cristiano, fervoroso y comprometido. Mis padres eran dirigentes del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, y muy conscientes de sus responsabilidades apostólicas tanto familiares como profesionales y sociales. Ellos pedían al Señor por las vocaciones sacerdotales y religiosas en el Rosario diario; y durante 14 años ofrecieron el tercer misterio explícitamente por la vocación al sacerdocio de alguno de sus hijos. Después, cuando los tres varones de casa ya estábamos en estudios universitarios, cambiaron la intención del tercer misterio, y pedían por la fidelidad de cada uno de sus hijos a la vocación que Dios quisiera. A los tres años del cambio de intención me fui al Seminario, y al año siguiente se fue mi hermana para el noviciado del Instituto de la Bienaventurada Virgen María, que son las “Monjas de Loreto”, la Congregación a la que perteneció Sta. Teresa de Calcuta antes de fundar a sus Misioneras. Por tanto, creo sinceramente que mi vocación se debe a Dios en primer lugar, claro, y a la oración de mis padres en un ambiente familiar cristiano.

Yo era francamente feliz viviendo un noviazgo cristiano y estudiando la carrera de Derecho, con miras a ejercerla con sentido de justicia y honestidad. Me tocó vivir la convulsa transición política en la Universidad, en la que se despertaron en mí unos fuertes ideales de transformación de la sociedad, que me animaban a mayores compromisos que los que me brindaba el posible ejercicio de la abogacía. Creo que todo ello fue configurando un atractivo cada vez mayor por el seguimiento de Jesucristo y por la entrega total a Él. En mi último curso de Derecho veía que cada vez me atraía menos todo lo que había soñado, desde el matrimonio y la carrera, porque me atraía cada vez más Jesucristo y el sacerdocio. Me costó romper con la que fue mi única novia, pero estoy seguro de que fue la oración de mis padres la que me fue alcanzando la luz para ver con claridad y las fuerzas para tomar decisiones definitivas. Después, todo ha sido muy fácil, gracias a Dios.

2.- En su época de seminarista tuvo como rector a nuestro obispo D. Demetrio Fernández, ¿cómo fueron esos años de formación?

Con D. Demetrio me une una fuerte relación de amistad, fraternidad y filiación. Cuando yo entré en el Seminario, él era un curita joven que se dirigía espiritualmente con D. José Rivera –actualmente venerable–, que también fue mi director espiritual. Por tanto, desde el principio, ya tuve con él una relación de mucha sintonía y admiración en el ambiente sacerdotal que se fraguaba en torno a D. José Rivera, especialmente en los Cursillos de Verano y en el Curso de Espiritualidad. Después, en 1983, fue erigido en Toledo el Seminario Santa Leocadia para las vocaciones tardías, del que D. José Rivera fue el alma hasta su muerte. Y el Cardenal Marcelo González nombró a D. Demetrio vice-rector y después rector. Yo pasé al Seminario Santa Leocadia, por ser de vocación tardía. Por tanto, D. Demetrio fue mi formador durante mis últimos cuatro años de seminarista. A la relación de confianza, amistad y admiración, que ya estaba establecida, se añadió la de obediencia filial; lo cual no quiere decir que fuese fácil para mí ni para él. Tengo que decir que D. José Rivera me había ayudado muchísimo a entender que para que la formación sacerdotal fuese eficaz principalmente tenía que tener ganas de ser formado según la forma sacerdotal de Cristo, y que para eso era imprescindible tener ganas, y ganas positivas. Es decir, buscar ser formado. Yo tenía las ganas, gracias a Dios, y era un latoso que le daba la lata a mi formador. Por otro lado, a D. Demetrio tampoco le faltaban ganas de ser verdadero formador, y tampoco dejaba de ser latoso a la hora de querer formarme. Todo eso era bueno, claro. La dificultad se planteaba cuando íbamos a distinto ritmo, o con distintas prioridades, a la hora de darnos la lata mutuamente. Gracias a Dios, estaba por medio el venerable D. José Rivera, que era un artista para ayudar a sacar concordia y buenas lecciones de todo.

Yo recuerdo esos años de formación con una inmensa alegría y gratitud. Y mi relación de seminarista con D. Demetrio como formador, igualmente, con mucha alegría y gratitud. Me ayudó mucho en todos los órdenes de mi formación. Yo destacaría tres aspectos fundamentales, en los que me reconozco muy influido por D. Demetrio: el amor a Jesucristo, el amor al Sacerdocio, y el amor a la Iglesia.

3.- ¿Qué significa para ti ser sacerdote?

Bueno, podría responder con una definición doctrinal, como un tópico sin más. No, no voy a repetir la doctrina. Voy a responder desde mí, lo que significa para mí.

Para mí, ser sacerdote, es el regalo más grande que conscientemente he recibido de Dios. Sé que el Bautismo es más grande, pero –gracias a Dios– lo recibí al día siguiente de nacer, y no lo recibí conscientemente. Ser sacerdote de Jesucristo, saber que la consagración sacerdotal me ha configurado con Él, que me capacita para ser otro Cristo, y para realizar sus obras salvíficas… me parece verdaderamente alucinante, asombroso… y, por supuesto, increíble que todo eso me lo quiera regalar el Señor a mí, concretamente, a mí. Recuerdo mi último curso de seminarista, preparándome para recibir la ordenación sacerdotal, como una época de admiración y asombro, en la que todo me parecía desmesurado. Había días en los que sentía un temor tremendo, y otros en los que me encendía con una audacia alucinante. Por supuesto, no sabía qué ministerios iba a tener que realizar en mi vida sacerdotal; pero el hecho de pensar solamente en ser sacerdote y, por tanto, en lo que esa consagración realizaría en mí, me encendía en temores y en audacias. No se me olvida una predicación de D. José Rivera, en la que describía la configuración con Cristo por la unción sacerdotal. En ella nos explicaba que si uno de nosotros era ordenado sacerdote y al bajar las gradas del presbiterio se tropezase y se diera un golpe en la cabeza quedando en coma, no podría nunca predicar, ni decir Misa, ni absolver, ni organizar peregrinaciones, ni mover a los jóvenes de un sitio para otro, ni nada de nada… pero sería eternamente sacerdote de Cristo, Víctima propiciatoria ofrecida con Cristo al Padre por los hombres y para la salvación eterna de los hombres. Nos decía que para eso era para lo que había que prepararse. Todo lo demás, decía, será el modo de realizar la ofrenda.

Eso es maravilloso, y eso es para mí ser sacerdote. Por otro lado, esa mirada sobre el ser sacerdotal te libera de un montón de vanas ilusiones, de ambiciones y envidias clericales que entorpecen muchísimo el ejercicio del ministerio. Lo importante no es lo que puedas hacer o no, sino la actitud de verdadera ofrenda con la que vivas lo que eres.

4.- ¿Qué es para ti lo más fácil y lo más difícil de ser sacerdote?

Lo más fácil, sin duda, es serlo. Eres sacerdote por puro don de Dios, sin méritos propios de ninguna clase. Por tanto, lo más fácil es serlo, recibirlo gratis. Eso no es difícil. Basta con querer recibirlo. Es fácil recibir gratis.

Lo más difícil, para mí, es la perseverancia creciente. Es decir, como decía anteriormente, mantener una actitud continua de ofrenda permanente y creciente. Es cierto que Jesucristo se ofreció a Sí mismo una sola vez para siempre. Y nosotros, que somos progresivos, hemos sido consagrados y capacitados de una vez para siempre, pero tenemos que renovar constantemente nuestra ofrenda y, sobre todo, el perfeccionamiento de nuestra ofrenda para que sea cada vez mejor, cada vez más sincera, más real, más pura, más verdadera, más gratuita, más semejante a la ofrenda victimal de Jesucristo, crecientemente, hasta la última ofrenda que será el momento de nuestra muerte.

Para mí, lo más difícil, es mantener esa actitud de renovación continua. Reconozco que la tentación del conformismo con la mediocridad me asalta. El ambiente amorfo –amébico– en el que vivimos en la actualidad no estimula nada a la perfección, ni al heroísmo, sino a rebajar listones y a limar aristas, a la indefinición y a la confusión… Como mucho, anima a una mediocridad decente, vaga y sin fuste, incluso en los ambientes eclesiásticos. Igual que nos conformamos –en la práctica– con una pastoral de mantenimiento, se nos propone una espiritualidad sacerdotal también de mantenimiento, que excluye ingenuamente el deseo real de la santidad heroica y los medios para alcanzarla. Por eso me resulta especialmente difícil mantener esa actitud de perseverancia creciente.

5.- En el curso de su servicio a la Iglesia ha tenido que desempeñar diferentes funciones, entre ellas, y en la que más años ha dedicado, pastorear una Parroquia, ¿qué han supuesto todos esos años en sus diferentes destinos?

Es cierto que mi vida sacerdotal se ha desarrollado principalmente en el ministerio parroquial. Fui ordenado en Julio de 1987. El primer nombramiento que recibí fue de párroco de ocho pueblos pequeños en los Montes de Toledo. Tres pertenecían a la Diócesis de Toledo y cinco a la de Ciudad Real. A los pocos meses murió el párroco de Los Navalucillos, un pueblo de Toledo limítrofe a mi Parroquia, y fui nombrado párroco de Los Navalucillos con los tres pueblos pequeños. Los otros cinco volvieron a ser atendidos desde la Diócesis de Ciudad Real. Sucedí a D. Pablo Gil Utrilla, un cura ejemplar, que había sido hacía años el párroco del Puente del Arzobispo y que había llevado al Seminario Menor a su monaguillo “Deme”, actual obispo vuestro en Córdoba. Trabajé allí como párroco hasta 1992. Fueron años riquísimos de actividad pastoral, tanto en los pequeños pueblos de la sierra como en Los Navalucillos. Sin duda, el terreno estaba bien abonado por la entrega sacerdotal de D. Pablo, y bien regado con su intercesión desde el Cielo. Trabajamos mucho en la Catequesis Parroquial, en las visitas domiciliarias a los enfermos, en la Confesión, en el campo de la juventud y de los matrimonios. Organizamos, en coordinación con el Seminario Santa Leocadia, unas Misiones Populares que abarcaron un Curso completo, con seminaristas que venían cada fin de semana. Fue una experiencia preciosa, y riquísima de colaboraciones.

En Julio de 1992 D. Demetrio fue nombrado provicario general del Arzobispado, y él le propuso al Cardenal Marcelo que me nombrase rector del Seminario Santa Leocadia, sucediéndole a él. Trabajé como rector hasta Julio de 2000, cuando el Seminario fue clausurado por el Cardenal Álvarez Martínez.

En Septiembre del 2000 me incorporé de nuevo a la tarea parroquial en Los Yébenes, hasta el momento actual. Aquí también estamos trabajando en las mismas claves de la pastoral parroquial, según las directrices, acentos y prioridades que nos vienen dadas desde el Arzobispado y los planes pastorales diocesanos.

Creo que la pastoral parroquial requiere mucha constancia, mucha paciencia, mucha continuidad en las claves esenciales de la vida cristiana. Me gusta la pastoral parroquial. Creo que es la pastoral para “el común de los fieles cristianos”, que están llamados a la misma santidad que los que pertenecen a cualquier movimiento apostólico, de espiritualidad o de evangelización en la Iglesia. La diferencia es que en los movimientos o asociaciones reciben una atención más específica y selectiva, mientras que en la Parroquia la reciben más genérica y para todos. Además, a los movimientos y asociaciones solamente pertenecen los fieles que perseveran, mientras que a la Parroquia pertenecen los que perseveran y los que no perseveran. Esto hace que la pastoral parroquial tenga la apariencia de ser poco brillante, en comparación con la que realizan los movimientos y asociaciones. Por eso creo que es necesaria una auténtica pastoral de comunión en la que no solamente no haya contraposiciones, sino auténtica comunión en la que nadie quiera suplantar a nadie. En realidad es la pastoral parroquial, dependiente del Obispo, la que sostiene la continuidad del triple ministerio de Cristo y de la Iglesia en un pueblo, enriquecida con la colaboración de los movimientos y asociaciones.

En Septiembre pasado cumplí 18 años como párroco de Los Yébenes, pero todavía hay mucho trabajo que realizar. No sé si la feligresía se ha cansado de mí. Yo todavía no me he cansado, gracias a Dios. En estos años han sido ordenados dos sacerdotes, feligreses de la Parroquia; y actualmente hay un seminarista en el Mayor y otro en el Menor.

6.- Uno de sus servicios fue ser rector del Seminario Santa Leocadia, ¿cómo describiría esta etapa de su vida?

Como he dicho antes, en Julio de 1992 sucedí a D. Demetrio como rector del Seminario Santa Leocadia, para la formación sacerdotal de adultos, hasta Septiembre de 2000. Durante esos 8 años disfruté muchísimo en la tarea de la formación sacerdotal de los seminaristas. Fueron ordenados 19 nuevos sacerdotes de vocación tardía. Era un trabajo completamente distinto del que había realizado en la tarea parroquial. El trabajo en el Seminario es una tarea oculta, silenciosa, meticulosa, de mucho trato personal, de artesanía, con poco brillo exterior, de mucho sacrificio y discernimiento, pero con hondas satisfacciones al poder colaborar con el Señor en el corazón mismo de la Iglesia, que es el Seminario. El Cardenal Marcelo me había dicho que confiara mucho en el equipo de formadores, que consultase y escuchase siempre sus aportaciones, pero que muchas decisiones tendría que tomarlas de rodillas, después de pasar muchas horas delante del Señor en el Sagrario. Es cosa que experimenté en repetidas ocasiones.

7.- ¿Cuál es la clave para ti de la formación sacerdotal?

Si tengo que reducir mi respuesta a una sola clave para la formación sacerdotal, digo que la clave es formar para la entrega total. Sí, la entrega total, en cuanto entrega y en cuanto total, creo que es la clave de toda la formación. Entrega total por amor a Cristo.

Cuando Cristo inauguró su Sacerdocio, en el momento de la Encarnación, dijo al Padre: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. Esa es la clave: vivir entregado totalmente a la Voluntad del Padre. Esto, dinámica y progresivamente, es vivir entregándose continuamente, cada vez más y mejor, en cada momento y en cada acto concreto, según la Voluntad del Padre; es decir, recibiendo continuamente del Padre lo que el Padre quiere que realice, para gloria suya y para salvación de los hombres. Esa entrega total reclama a toda la persona del que se está formando, con todas sus cualidades y defectos, con todo su tiempo y toda su vida, con todas sus aspiraciones y esperanzas, con toda su alma y todo su cuerpo, lo que incluye también el celibato. Formarse para una entrega total significa formarse para la expropiación total y para una victimación total, según el modelo sacerdotal de Jesucristo. Esto no es algo antinatural, sino simplemente sobrenatural, porque la vocación al sacerdocio o es sobrenatural o, simplemente, no es vocación.

Sin esta formación para una entrega total, sea donde sea y en el ministerio que sea, el desarrollo posterior de la vida ministerial se verá condicionado –cuando no frustrado– por un montón de envidias, recelos, decepciones y desilusiones que terminarán hastiando al sacerdote que sea. Es necesaria una formación para esa entrega total creciente, cada vez más, y cada vez mejor, por amor al Señor.

8.- ¿Qué nos dirías a los seminaristas que nos preparamos para ser sacerdotes?

Os diría –y os digo, claro– que viváis vuestra formación con gozo, con confianza, con sinceridad, con transparencia ante vuestros formadores. Que busquéis positiva y activamente ser formados, y que no os defendáis de las correcciones y advertencias que os hagan. Que no consintáis de ninguna manera la doble vida, el cultivar las apariencias, el engañaros a vosotros mismos. Que cultivéis positiva y activamente la vida sobrenatural, con criterios sobrenaturales y medios sobrenaturales. Y, por supuesto, lo que he dicho antes, que os aficionéis a vivir entregándoos totalmente al Señor, en lo que sea, sin consentir conformismos ni mediocridades; sino a tope, crecientemente.

9.- ¿Qué le dirías a un joven que se está planteando entrar al Seminario?

El hecho de que se lo esté planteando, ya es un signo positivo. Doy por supuesto que se lo plantea con fundamento y responsabilidad, aunque sea todavía incipiente. Ahora bien, yo le diría que se ponga en manos de un buen sacerdote, que le conozca bien, y que le ayude a hacer un primer discernimiento, con un plan de vida serio en el que esté contemplada la vida de gracia y sacramental, la oración mental diaria, la lectura guiada de “Pastores dabo vobis”, y algún apostolado en el que vaya contrastando su capacidad para la entrega y la colaboración. También doy por supuesto que ese sacerdote le irá ayudando a centrar su corazón en Jesucristo. Yo le diría a ese joven que profundice todo lo que pueda y todo lo que sepa en el amor de Jesucristo. Cuanto más enamorado esté de Jesucristo, más fácilmente podrá descubrir su vocación y más fácilmente podrá responder a ella.

 

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