El Amor te espera… ¡siempre!

Sólo el amor es digno de fe y anoche pudimos comprobarlo. Más de un centenar de jóvenes nos acompañaron en el Adoremus especial de Jóvenes que celebramos en la capilla de nuestro Seminario San Pelagio. Fue un gran regalo de Dios -el verdadero enamorado- tanto para los jóvenes y voluntarios de la Delegación de Juventud como para nosotros, los seminaristas.

Este Adoremus es algo muy esperado en nuestro Seminario, porque se trata de una noche en la que compartimos y celebramos la fe con tantos jóvenes de nuestra diócesis, tantas almas que si Dios quiere algún día se nos encomendarán para llevarlas hasta Jesús, para ponerlas delante de Él. Esto justifica todos los esfuerzos y preparativos que durante estas semanas hemos ido realizando, para intentar estorbar lo menos posible en ese encuentro de cada joven, corazón a corazón con Jesús Sacramentado, el Enamorado que no se cansa de amar y esperar en la Custodia.

Comenzábamos con una plática de Don Antonio Prieto, Vicario General de la Diócesis y antiguo Rector del Seminario, que caldeaba nuestros corazones poniéndolos en presencia de Jesús. Con la mirada puesta en el corazón de Cristo, herido de amor, comenzábamos la Eucaristía presidida por nuestro obispo Don Demetrio y concelebrada por varios sacerdotes que quisieron acompañarnos en este momento tan especial.

Después, comenzó el Adoremus, la Adoración al Santísimo, preparada por las hermanas de Stella Matutina, que nos adentraban en la oración, con el fin de encontrar en Él la alegría y el descanso de nuestro corazón. Al mismo tiempo y de forma constante, los jóvenes se acercaban a poner su vela y a adorar al Santísimo, en ese diálogo de amor corazón a corazón, en el que uno pone su vida y no le puede decir que no.

Finalmente el Sr. Obispo dio la bendición con el Santísimo, para finalizar toda una hora preciosa de adoración, de súplicas y de acción de gracias ante Jesús sacramentado. Por último, tomamos un aperitivo y compartimos nuestras experiencias con los jóvenes, con la conciencia de que lo allí vivido no se acababa, sino que siempre sería verdaderamente real en la Eucaristía, en Cristo, que es quien nos une y quien sacia verdaderamente nuestro deseo de amar y ser amados.

 

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