“Al fin, mi Inmaculado Corazón reinará”

Durante las jornadas del jueves y el viernes, nuestro Seminario Conciliar San Pelagio, ha acogido la visita de la imagen de la Virgen del Rosario de Fátima. El Apostolado de Fátima en Córdoba ha tenido la iniciativa de que durante este mes de octubre, mes misionero y mariano, Nuestra Señora recorra distintos monasterios, conventos y seminarios de la ciudad.

Esta mañana, nuestro Seminario acudía al encuentro con María, que durante la jornada anterior estuvo en la Casa Sacerdotal. De este modo, como Comunidad recibimos su visita como nos dijo D. Carlos Gallardo, Director Espiritual del Seminario: “acogiéndola como un acontecimiento de Gracia”. Sin embargo, podemos decir que no somos nosotros los que acudimos a Ella, sino al revés. Podríamos decir que hoy se hace vivo y actual aquello que nos narra el evangelista San Lucas cuando María va a visitar a su prima Santa Isabel (Lc 1,39-56).  Hoy María nos busca, nos acompaña y visita, trayéndonos a su único tesoro, a Jesús. Pues esa fue su única riqueza, tenerlo solo a Él. Hoy María nos quiere hacer partícipes de una gran Gracia que se encuentra oculta en su Inmaculado Corazón y quiere que como Isabel, exultemos con espíritu orante ante su visita.

El Rosario no es una simple devoción pasada de moda, sino que se hace una realidad cada vez más viva y existencial en la vida del cristiano y de la Iglesia. Más aún en la vida del sacerdote o seminarista. Cada vez que rezamos el Rosario es un encuentro con María que nos enseña a contemplar los misterios de la vida de Cristo con sus mismos ojos, nos ayuda a sintonizar con su Corazón. Es un encuentro como el de aquellos pequeños pastores a los que la misma Virgen les dijo: “Al fin, mi Inmaculado Corazón reinará”.

También nosotros confiamos en esa promesa de nuestra Madre. El beato Carlo Acutis decía: “La Virgen María es la única mujer de mi vida”. Le pedimos a María el don de la fidelidad, para que Ella sea el centro de nuestro Seminario, de nuestra vida. Y al final de la misma, podamos encontrarnos con su Hijo y nos diga en un cara a cara eterno: “gracias por dejar a mi Madre reinar en tu corazón en este mundo sediento de amor”.

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